Texto de Leonardo Boff
Considero que la película está técnica y estéticamente bien hecha, reproduciendo los espacios grandiosos del Vaticano y de sus jardines. Está basada en hechos históricos, por supuesto, con la creatividad que permite este tipo de arte, particularmente en la construcción de diálogos. Pero en ellos se entrevé sus respectivas teologías y sus conocidas afirmaciones.
Lo que digo es una opinión estrictamente personal. He tenido el privilegio de conocer personalmente a los dos Papas, con los cuales mantuve y mantengo relaciones bastante cercanas y de amistad.
Papa Ratzinger: finísimo y riguroso
Con el profesor Joseph Ratzinger tengo una deuda de gratitud por haber valorado positivamente mi tesis doctoral sobre “La Iglesia como Sacramento Fundamental en el Mundo secularizado”, voluminosa, más de 500 páginas impresas. Me ayudó financieramente con una cantidad considerable de marcos y encontró una editorial para su publicación, cuando nadie quería arriesgarse a publicar un libro de estas dimensiones. La recepción en la comunidad teológica internacional fue excelente, considerada una obra fundamental, especialmente por el reconocido especialista en el tema Iglesia Jean Yves Congar, dominico francés.
El profesor Ratzinger es una persona de trato finísimo, extremadamente inteligente; nunca lo he visto levantar la voz; es muy tímido y reservado.
Al saber que había sido elegido Papa, inmediatamente pensé: “Es un Papa que sufrirá mucho porque quizás no haya abrazado nunca a la gente, mucho menos a una mujer, ni haya estado expuesto a las multitudes”.
Nuestra amistad se fortaleció porque durante cinco años, a partir de 1974, en la semana de Pentecostés (que suele caer hacia mayo) alrededor de 25 reconocidos teólogos y teólogas progresistas de todo el mundo nos reuníamos en la ciudad de Nimega en los Países Bajos o en otra ciudad europea. Durante una semana discutíamos ecuménicamente, acompañados por un pequeño grupo de científicos, hasta de Paulo Freire, sobre temas relevantes del mundo y de la Iglesia. Editábamos una revista, «Concilium», que se publicaba en 7 idiomas y aún se sigue publicando (en Brasil por la Editora Vozes). En ella, las mejores mentes del mundo colaboraron en las diferentes áreas del conocimiento, desde la sexualidad y la Teología de la Liberación hasta la moderna cosmología.
El Prof. Ratzinger se sentaba casi siempre a mi lado. Después del almuerzo, mientras casi todos echaban una siesta, él y yo paseábamos por el jardín, discutiendo temas de teología, nuestros favoritos San Agustín y San Buenaventura, de los cuales he leído prácticamente toda su obra.
Cada uno en su papel sin perder la relación
Hecho cardenal y presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, tuvo la ingrata misión de interrogarme sobre el libro Iglesia: Carisma y poder en 1984. Cumplió institucionalmente su papel de interrogador y yo el de defensor de mis opiniones. Fue un diálogo firme pero siempre elegante por su parte, incluso cuando, después del interrogatorio, tuvimos una segunda parte, es decir, un encuentro aún más difícil con él y con los Cardenales brasileños Don Paulo Evaristo Arns y Don Aloysio Lorscheider que me acompañaron en Roma y testificaron a mi favor. Éramos tres contra uno. Debo admitir que él se sentía incómodo.
Después de un año, recibí la resolución del proceso doctrinal con la deposición de la cátedra de teología, de mis tareas en la Editorial Vozes y la imposición de un “silencio obsequioso” que me impedía hablar, enseñar, entrevistar y publicar cualquier cosa. La decisión final después del interrogatorio fue tomada por 13 cardenales (13 para romper el empate). Más tarde me enteré por un emisario de su secretario privado que él, el Card. Ratzinger, votó a mi favor pero fue un voto perdedor. Hay que decir que cada vez que los periodistas le preguntaban sobre
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